Me gustó mucho esta nota sobreVioletta que acabo de leer en el diario La República de Perú sobre el fenómeno de Violetta entre las niñas preadolescentes.
Texto: Gabriela Wiener
Lena, ¿Por qué te gusta Violetta?, le pregunto antes de que empiece
el concierto. Hoy, además de estar contigo, mamá va a hacer un reportaje
y quiere saber por qué estamos tú y yo aquí, por qué hay miles de
madres e hijas como nosotras colapsando las puertas del Palacio de los
Deportes de Madrid para ver cantar, bailar y suspirar de amor a una
chica argentina de 16 años que trabaja para Disney.
Los que trajeron al mundo niñas saben de qué hablo. Lo intuyen desde
hace un tiempo. Lo descubrieron con estupor. Y al constatarlo
comenzaron a compartir sus inquietudes con otros padres como ellos. Se
les reveló un día en la forma en que su hija de siete años combinaba su
ropa ante el espejo y pedía maquillaje. En el modo en que la niña y sus
amigas cuchicheaban para que nadie, menos ellos, las oyeran. Les quedó
claro al percatarse de que la letra de alguna canción –que su bebé
escucha a todo volumen con los ojos cerrados y genuina emoción– versaba
sobre algo que crecía dentro de ella, que no sabía si decir o callar.
Según la canción, en brazos de ese chico había encontrado la
respuesta a su soledad y ya nunca más tendría miedo. ¿Una niña de seis,
siete, ocho años puede tener esos sentimientos, anhelar aún con los
dientes de leche a un primer amor, sufrir por él, vestirse para gustar,
tener secretos? Una niña de seis, siete, ocho años puede aprender a
desear ser otra, a imitar, puede soñar con crecer.
Últimamente, eso que llamamos “evolución” se ha acelerado a
velocidades espeluznantes, dejando al pobre Darwin mareado: Los niños se
comportan como adolescentes, los adolescentes como adultos (y los
adultos como niños, pero esa es otra historia). Todo esto explicaría por
qué, un producto tan esencialmente “teen” como Violetta se ha
convertido en la sensación de las niñas prepúberes (la franja de edades
comprendidas entre los cinco y los diez años), que integran el núcleo
duro y la base de fans del programa y de su protagonista. Las seguidoras
de Violetta son niñas que vibran con tramas adolescentes, romances y
besitos castos.
AMOR Y ÉXITO
Vivimos experiencias antes de tiempo. Todo se ha adelantado. Esa es
la sensación. Los estímulos son mayores, el desarrollo de la industria
del ocio y el placer, y la vida virtual, han cambiado nuestra manera de
ver el mundo y aprehenderlo y también la de nuestros niños. El universo
infantil en particular ha sufrido grandes transformaciones en los
últimos años, para bien o para mal. La oferta para niños es hoy más
inteligente, creativa, incorpora el humor inteligente, la ironía y otros
elementos que se alejan de la cursi y naif infancia de los que fuimos
niños en los 80. Sin embargo, también pueden ser receptáculos de los
mensajes más conservadores, afirmar estereotipos o prejuicios. Cada vez
que las niñas endiosan a un juguete o personaje, como pasó hace muy
poco con las anoréxicas Monster High, pedagogos, psicólogos y padres
ponen el grito en el cielo. Violetta ha vuelto a remover la vieja
polémica sobre el acceso de los niños a ciertos productos y el efecto
que estos causan en ellos. Es probable que una niña pequeña puede tener
sentimientos románticos y anhelos, pero lo peliagudo es que empiece a
creer que son el centro de su existencia y que la vida es como un plató
de televisión en el que sus prioridades son encontrar el amor y el éxito
ante los flashes, no importa lo que haya que hacer para conseguirlo.
Pero, ¿qué diablos es Violetta? Es una telenovela para niñas
creada, cómo no, por Disney, la multinacional de las más dulces y
oscuras fantasías que parió a toda esa larga lista de chicos precoces y
estrellitas estrelladas, niños trabajadores a los que la fama intoxicó,
de Britney Spears a Lindsay Lohan, de Demi Lovato al suicida Lee
Thompson Young y que tiene a Miley Cirus como la más desencantada y
revesera de sus hijas pródigas. El argumento de la serie tiene todos los
ingredientes que son ya habituales en los últimos productos Disney
(“Hannah Montana”, “High School Musical”, “UPA Dance”): una joven
huérfana de madre (ojo) que vuelve a su país después de muchos años de
vivir en el extranjero y decide trabajar para ser una estrella, se
integra a una pandilla de amigos, tiene una rival artística y es
cortejada por dos galanes, un chico encantador y perfecto; y otro, tonto
y vanidoso, que compiten por su amor. La ficción de una joven que
triunfa como artista tiene su correlato real en el consiguiente triunfo
planetario de la actriz protagonista.
Sin embargo, la historia de Martina Stoessel (Buenos Aires, 1997),
la chica detrás de Violetta, no es precisamente la de la Cenicienta. Su
padre es Alejandro Stoessel, uno de los productores más influyentes de
la Argentina, responsable de éxitos televisivos con audiencias máximas
como Marcelo Tinelli o Susana Giménez, que un día llevó un piloto de
programa a Disney en el que incluía un video de su hija cantando. Los de
Disney quedaron deslumbrados por la niña y la llamaron para un casting.
Martina, que había tenido un pequeño papel en Patito feo, estaba
contratada al día siguiente. Su impacto ha superado todo pronóstico en
América Latina, Italia, Francia, Inglaterra e Israel, con récords de
audiencia para Disney Channel, y ya se ha lanzado en el resto de Europa,
incluyendo Rusia, Europa Central y del Este, y en Medio Oriente y
África. La cara de Martina está en todas partes y en las redes sociales
sus pequeñas seguidoras la veneran. Por si fuera poco, sigue la estela
de su personaje y es novia de un actor argentino de éxito, siete años
mayor que ella, del que era fan cuando tenía la edad de mi hija.
Las madres más radicales prohíben a las suyas ver el programa. Otras
han optado por permitirles ver los videos y escuchar las canciones,
aunque tampoco aceptan que la vean en televisión. Aún así, más o menos
detractoras de la serie, más o menos a regañadientes, esta tarde hay una
absurda cantidad de mamás llevando a sus criaturas a verla. Este
reportaje es más una coartada para dar rienda suelta a la curiosidad de
madre. Las niñas hacen, además, otra cola para tatuarse temporalmente la
firma de Violetta en sus cachetes. Bufandas de Violetta, tazas de
Violetta, cuadernos de Violetta, muñecas de Violetta, polos de Violetta.
La maquinaria oficial y la pirata son imparables. Hay un futbolista del
Atlético de Madrid por ahí con su niña. El propio Messi fue con su
sobrina a visitar a Violetta a su hotel.
Ya dentro, la sensación de hacerte pequeña en esa inmensidad de
gente es mucho más poderosa en alguien que mide poco más de un metro.
Ante la aparición de Violetta no solo Lena, todas las chiquitas que nos
rodean enmudecen y así se quedarán el resto del concierto, calladas y
absortas como si estuvieran ante la pantalla de la televisión, pasivas,
mansas, bobas. No sé si es que a esa edad no saben vivir aún un
concierto o si son presas del efecto Violetta o algún misterio parecido.
Noto que en las partes románticas, Lena se incomoda y hasta me tapa los
ojos. No se los tapa ella. Me doy cuenta de que para las niñas Violetta
es un placer privado. Las madres somos unas intrusas aquí (lo que
equivaldría en mis tiempos a que una madre se metiera a tu habitación
mientras juegas a que Barbie y Ken tienen sexo). Pronto ocurre otro
fenómeno incomprensible: las madres intentamos animar a las niñas con
aplausos, contoneándonos y tarareando las canciones. Muchas quieren
amortizar el costo de la entrada (70 euros) con la manifestación
palpable de que sus hijas se divierten, pero ellas siguen hipnóticas los
movimientos en escena de Violetta y sus amigos.
Tanto que pienso si en realidad no estarán mirando para adentro y
quizá soñando. Que a las madres nos empiecen a gustar las canciones de
Violetta y las bailemos, parece de repente el perfecto antídoto. Si a
mi madre le gusta, a mi no, vendría a decir. La clave es siempre no
gustarle a las madres, como las drogas y los novios maleaditos. Con
tanta animadversión, ¿no estaremos lanzando a nuestras hijas a los
brazos de Violetta? Después de una escena en la que la enemiga número
uno de nuestra heroína monta a su amiga-esclava y la hace caminar en
cuatro patas, Violetta canta: “No hay mejores ni peores. Sólo amor,
amor, amor y mil canciones” y vuela sobre nuestras cabezas en un
columpio de flores.
Mientras a las niñas se les sigue bombardeando con historias de amor
y ridículas peleas con jalón de pelos entre amigas, los niños siguen
matando en los videojuegos y enamorados de las cosas que se pueden hacer
con una pelota. ¿Deberían los padres tomar cartas en el asunto o, más
bien, deben dejar que sus hijos tengan sus razones, desarrollen sus
gustos, opiniones y sentido crítico y descubran por sí mismos lo que hay
detrás de las cosas? “Me gusta porque es una chica, porque canta, por
sus canciones, porque me gusta su nombre y me gusta el color violeta”,
me responde Lena finalmente. La escucho y me parece todo tan simple,
inocente y lógico que a punto estoy de no escribir este artículo que iba
a estar lleno de sospechas y suspicacias, y de moral y de miedos
maternales. Y creo que seré capaz de protegerla y, sobre todo, que ella
aprenderá a protegerse.
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